“¿Se han hecho ya todas las rondas?”, preguntó Romeo 40 a Romeo 00. “Negativo”, le contestó su interlocutor. “Están poniendo pegas a última hora. Dicen que les llevemos por la zona del cementerio musulmán, por la zona más oscura”, añadió.
La conversación, a través de la radio, la mantuvo un capitán de la Guardia Civil de Melilla con un suboficial poco después de medianoche el 26 de abril pasado. Romeo seguido de un número es el criptómino que utilizan los agentes aunque a veces se les escapa un nombre propio.
Las “rondas” a las que se refiere son las entregas nocturnas a las fuerzas de seguridad marroquíes de subsaharianos que han logrado saltar los seis metros de valla que separa a Melilla de Marruecos. EL PAÍS ha obtenido la grabación de las conversaciones mantenidas por los agentes esa noche, horas después de que se hubiera producido un salto de inmigrantes a través de la verja.
Esa noche se llevó a cabo una “devolución en caliente” de subsaharianos a Marruecos, un operación que se efectúa con regularidad, según una fuente asociada a su preparación, pero que el delegado del Gobierno en Melilla, Abdelmalik el Barkani, siempre ha negado que se produzca. Serían probablemente ilegales, según
la ley de extranjería y el real decreto 557 de 2011 que la desarrolla.
La ley estipula que los extranjeros que entren irregularmente en España serán conducidos “con la mayor brevedad posible a la correspondiente comisaría” de policía “para que pueda procederse a su identificación y, en su caso, a su devolución”. Tendrán “derecho a la asistencia jurídica, así como a la asistencia de un intérprete”.
“Un inmigrante que sea interceptado, puede ser readmitido inmediatamente, sin ningún trámite, si Marruecos lo acepta (…), aunque cumpliendo los requisitos lógicos de reflexión y comunicación entre ambos países”, sostuvo, por ejemplo, el comandante Eduardo Lobo Espinosa durante un seminario celebrado en Melilla en mayo. El acuerdo bilateral prevé, sin embargo, unos trámites que tampoco se efectúan y varios juristas afirman que se incumple además la
Convención de Ginebra para los Refugiados, suscrita por España.
Hay que “acallar las voces que hablan de actuaciones ilegales de la Guardia Civil”, insistió El Barkani en ese mismo seminario. Se refería probablemente al Defensor del Pueblo, que ya en su informe de 2008 puso en tela de juicio su actuación en Ceuta, y a las ONG que, como
la melillense Prodein, que denuncia las “expulsiones ilegales”.
Este corresponsal pidió cita con el
coronel Ambrosio Martín Villaseñorque manda la Guardia Civil en Melilla, pero la solicitud fue rechazada a través del gabinete de prensa del Instituto Armado porque “no es momento de hablar de inmigración”. En sus últimas alocuciones públicas el coronel recalcó que “en cada intervención, lo primero es salvar vidas [de inmigrantes] y después cumplir y hacer cumplir la ley”. “Las críticas a nuestra labor solamente favorecen a las mafias, dueñas y señores de este execrable negocio”, añadió.
“¿Quiere usted que nos acerquemos al punto o cortamos la ronda?”, preguntó, el 26 de abril, un suboficial al capitán de la Guardia Civil a través de la radio. El “punto” es la A 13, un sector de los 12 kilómetros de la valla de Melilla, en el que un par de puertas permiten acceder a Marruecos. La ronda a las que alude son, en realidad, dos, la de Mariguari y la de Tres Forcas, ambas en la carretera de circunvalación que discurre a lo largo de la valla. Cerrarlas es impedir que ningún automovilista sea testigo de la operación.
“Si, ve activando el protocolo en la A 13”, contestó el capitán. La A 13 está parcialmente tapada por una cuesta pronunciada y es además es única porción de la valla en la que no hay ninguna videocámara de vigilancia, según comprobó este corresponsal el jueves durante un recorrido de la zona. El Barkani declaró a la prensa, en septiembre, desconocer que allí no funcionaba cámara alguna.
Dentro de dos semanas las cámaras de la valla no serán ya controladas desde la Comandancia de la Guardia Civil sino desde el
Centro de Coordinación para la Vigilancia Marítima de Costas y Fronteras del Ministerio del Interior. “¿Se darán entonces cuenta que la A 13 de Melilla no está cubierta por ninguna cámara?”, se pregunta con sorna un melillense que acompañó a este corresponsal durante el recorrido.
“Comunica al personal veleta que si [la entrega] puede ser por la puerta de abajo [de la A 13], que los furgones no suben la cuesta”, ordenó el capitán. El “personal veleta” es el nombre en clave de las fuerzas de seguridad y del Ejército marroquí desplegados del otro lado de la valla.
Su interlocutor con la Guardia Civil es un oficial originario de Tánger que habla un español titubeante, un excelente francés y pasa sus vacaciones en Andalucía, según narró por teléfono a este corresponsal. Se sorprendió de la llamada e inquirió varias veces por el capitán del Instituto Armado con el que suele hablar.
Más allá de readmitir a subsaharianos, por tierra y, a veces, también por mar, el papel de los marroquíes es fundamental. El éxito o el fracaso de un salto depende de la rapidez y la contundencia de su reacción cuando decenas, a veces centenares de subsaharianos, se dirigen corriendo y tirándoles piedras y dando palos para abrirse camino hacia la verja”.
“Gracias al helicóptero, a las cámaras de visión nocturna etcétera la Guardia Civil ve venir a los inmigrantes a la carrera”, recuerda un funcionario que estuvo destinado en Melilla. “Con las alarmas y a través del teléfono avisa a las Fuerzas Auxiliares (antidisturbios conocidos en Marruecos con el nombre de mejanía)y al Ejército marroquí cuyos campamentos circundan la verja”, prosigue.
“Ante la avalancha humana los marroquíes se quitan de en medio, en un primer momento, y solo empiezan a actuar, con todo lo que tienen a su alcance excepto armas de fuego, cuando los africanos comienzan a escalar por la valla”, añade el funcionario. “Hacen entonces lo imposible para impedirles trepar”.
Los furgones, en los que trasladan a los inmigrantes, estaban en mal estado esa noche de finales de abril. Los marroquíes querían que la entrega se hiciera a través de la puerta situada en lo alto de la cuesta del sector A 13. “No sé si van a subir los furgones”, dudó un guardia a través de la radio. “(…) a ver si en marcha atrás suben”, sugirió otro. “¡A ver, que tenemos una furgoneta rota! ¡No sube!”, le contestaron. “Bueno, pues subid lo que tengáis y ahora hacemos un trasvase en el otro celular”, fue la solución propuesta hasta que los marroquíes cedieron y aceptaron recibirles a través la otra puerta, situada debajo de la cuesta.
A lo largo de los últimos años la inmigración irregular ha prácticamente desaparecido en las costas de Canarias y ha disminuido en las de la Península, pero en Ceuta y Melilla se ha producido en los últimos meses un repunte a niveles similares a los de finales de 2005. Prueba de ello es que el CETI legó este mes a acoger a 1.012 refugiados, la mayoría subsaharianos, la cifra más alta desde hace ocho años.
Las devoluciones “en caliente” sirven no solo a reducir al número de inmigrantes sino a enviar un mensaje disuasorio a los que están en los montes que rodean Melilla como también las
concertinas (cuchillas entremezcladas con alambre) que, a finales de mes, habrán sido recolocadas en tres kilómetros –en los lugares donde se producen la mayoría de los saltos- de los 12 de la valla de Melilla.
“Con cuchillas, con zanjas, con alambre de espino… pongan lo que pongan lo seguiremos intentando”, asegura en la puerta del CETI Walinjom, camerunés de 25 años, que logró introducirse en Melilla el pasado verano. “Pero que no se preocupen los españoles porque no me quiero quedar en su país sino ir más al norte que es donde tengo familia”, añade.
Las cuchillas fueron instaladas una primera vez a finales de 2005, pero dos años después fueron retiradas tras observar observar los profundos cortes que causaban en las piernas, manos y rostro de los subsaharianos que no renunciaban a saltar la valla, pero se proveían de viejas mantas o de ropa abundante para tratar de aminorar las heridas.
2005 fue el año de la elevación de la verja de tres a seis metros de altura, de la colocación de las concertinas en lo alto de la valla y de la instalación de un interminable circuito de tuberías alimentadas por unas 70 bombas de presión que debían rociar a los subsaharianos con un líquido urticante que les haría renunciar a trepar. Todo ello costó más de 30 millones de euros, pero sirvió de poco.
La emulsión irritante, por ejemplo, solo fue utilizada en pruebas. Quedó claro entonces que, en función de la dirección del viento, podía acabar regando a los guardias civiles que, presos de picores, no pudieran cumplir con su labor.